DE CÓMO LO BARATO SALE CARO EN EL CONTROL DE PLAGAS

19 Junio, 2025
El control de plagas sigue siendo visto y contratado como un servicio menor, casi innecesario. 
 
Las decisiones sobre su aplicación suelen tomarse desde la improvisación, con criterios exclusivamente económicos que privilegian el precio más bajo, sin considerar los costos que una mala práctica puede acarrear. 
 
La contratación de empresas de control de plagas por parte de industrias, comercios, instituciones o gobiernos suele estar dominada por una lógica cortoplacista: ¿cuánto cuesta?, ¿cuánto tarda? ó ¿qué es lo más barato?. 
 
Esto ha provocado la existencia de algunas empresas poco capacitadas, que actúan sin protocolos adecuados, sin cumplir los contratos, sin conocimiento del comportamiento biológico de las plagas y sin respeto por la salud humana.
 
El resultado es palmario: intervenciones superficiales con exceso de aplicaciones químicas, que pueden eliminar momentáneamente una plaga, pero que no interrumpen su ciclo ni resuelven el problema de fondo. 
 
El uso indiscriminado de insecticidas de amplio espectro, incluso algunos de uso doméstico o sin registro sanitario, tiene impactos directos en la salud humana: alergias, afectaciones respiratorias, daño neurológico, intoxicaciones, ... A esto también se suma la contaminación de alimentos, suelos, agua y el desequilibrio ecológico.
 
Además, para las empresas alimentarias, hoteleras, clínicas, hospitales, escuelas o aeropuertos, una plaga mal controlada puede originar multas, clausuras, pérdida de certificaciones o incluso escándalos mediáticos en las redes sociales. ¿Cuánto cuesta recuperarse de una crisis de imagen por una infestación de cucarachas en un hotel o de ratas en un hospital?
 
El verdadero control de plagas se basa en la ciencia, la prevención, la vigilancia constante, el uso racional de biocidas y la integración de métodos físicos, mecánicos, biológicos y culturales. Requiere de técnicos especializados, productos certificados, diagnóstico ambiental, trazabilidad y demás conceptos contables propias de una empresa. Esto tiene un costo inicial más alto, pero también un supone un retorno garantizado: ambientes sanos, libres de plagas, con riesgos mínimos para las personas y el entorno.


Desmitificar la idea de que fumigar es solo "echar veneno" o que cualquier persona puede hacerlo.
 
En la economía real, lo que protege, previene y conserva no es un lujo: es un valor esencial. 
 
En la industria del control de plagas, hay una línea tan delgada como invisible entre el valor real de nuestros servicios y lo que el cliente normal está dispuesto a pagar por ellos. Esa brecha, más emocional que económica, refleja un conflicto profundo entre percepción y necesidad, entre prevención y reacción, entre profesionalismo técnico y la mentalidad de "hacerlo con bricolaje casero".
 
Cada día, los profesionales de control de plagas se enfrentan a la misma situación: inspecciones detalladas, diagnósticos precisos, propuestas técnicas sólidas... y al final una sola pregunta del cliente que lo pone todo en jaque: "¿Y no puede ser más barato?"
 
Muchos aún no entienden que un verdadero control de plagas no es una fumigación improvisada, sino una estrategia integral basada en conocimientos científicos, productos de calidad, técnicas responsables y un seguimiento riguroso. 
 
En otras palabras, no se cobra por "un rociado con veneno", sino que se vende tranquilidad, salud, higiene y, en muchos casos, la salvación de un inmueble, de una industria alimentaria o de una reputación comercial.
 
El problema no es que el cliente no pueda pagar, sino que no quiere pagar lo que vale el control de plagas. Prefiere, en muchos casos, asumir el riesgo de un daño mayor antes que invertir en la solución preventiva. Esta lógica de "mejor lo barato" termina saliendo cara: estructuras invadidas por termitas, productos contaminados, sanciones sanitarias o, peor aún, enfermedades transmitidas por vectores que se pudieron haber evitado a tiempo.


La culpa no solo es del consumidor. 
 
Como industria, ha faltado pedagogía sobre los clientes. Quizás no se haya sabido comunicar con suficiente fuerza que nuestro trabajo no es un gasto, sino una inversión. Que no somos un gasto accesorio, sino parte esencial de la salud pública. Que somos técnicos, ingenieros, biológos, y no simples "fumigadores".
 
Para ello, hay que educar al cliente, profesionalizar aún más al sector, establecer estándares, mostrar experiencia y conocimiento científico y, sobre todo, nunca ceder a la tentación de bajar precios a costa de la calidad.
 
Porque al final, el cliente no recuerda cuánto pagó, pero sí recuerda si el problema regresó.
 
Mientras el cliente no entienda que un control profesional de plagas es una inversión en salud, seguridad y patrimonio, la línea seguirá siendo delgada, inestable y peligrosa. Pero si como gremio fortalecemos la confianza, elevamos los estándares y demostramos resultados medibles y efectivos, el precio dejará de ser un obstáculo y se convertirá en una muestra de valor.